"Después de la pandemia" por Grínor Rojo

"Después de la pandemia" por Grínor Rojo

Según lo estableció Eric Hobsbawm, con claridad meridiana, después de la gran depresión, la que se desató en Wall Street el 20 de octubre de 1929, que se propagó al resto del mundo y cuya etapa más álgida se extendió hasta 1933, nadie o muy poca gente creyó que fuese ni siquiera pensable volver al estado de cosas previo a aquel acontecimiento. En cambio, las tres salidas entonces disponibles fueron el fascismo de Mussolini y de Hitler, el sovietismo a la manera de Stalin y la solución del new deal roosveltiano, esta última para Hobsbawm una mezcla de capitalismo con social democracia1. Receptiva, o simplemente afín, con el pensamiento económico de John Maynard Keynes, la salida roosveltiana dio origen al llamado "Estado de Bienestar", que dio sus frutos más sabrosos en Europa, algo más desabridos en Estados Unidos y más desabridos aún en América Latina. Sus pilares principales pueden reducirse al incremento del gasto fiscal y de la seguridad de los trabajadores, esto es, a la creación de fuentes de trabajo debidas a unos emprendimientos económicos por detrás de los que se encontraba directa o indirectamente la mano del Estado nacional y cuyo propósito era que el grueso de la población percibiera ingresos razonables, tuviese capacidad de compra y se transformara poco a poco en un factor decisivo para la reactivación, y además con la certeza de que esos trabajadores estarían a cubierto de calamidades cuando ello fuese necesario. 

La tríada de opciones duró hasta el fin de la guerra. Después de la guerra, la opción fascista desapareció en más de un 90 por ciento y por razones obvias (hubo fascismos o semifascismos tardíos, como los de Paraguay, España, Argentina, pero su incidencia fue menor), la soviética se retrotrajo (me refiero a la industrialización a cualquier precio de la Unión Soviética y su esfera de influencia, habiéndose vuelto esas economías hacia adentro y abandonado políticamente cualquier interés por promover una revolución socialista de dimensiones planetarias) y la única opción que se mantuvo activa de verdad, en la mayoría de los países del Occidente desarrollado y en vías de desarrollo, fue la roosveltiana, cuyos efectos salutíferos sanaron las heridas de la crisis y constituyeron la base del crecimiento del capitalismo, y en particular del capitalismo estadounidense, durante la llamada "edad de oro" del siglo XX, la que se extiende desde 1945 hasta 1970. En América Latina, por otra parte, cancelados los nacionalismos de los años veinte y treinta (Cárdenas, Vargas, Perón, Aguirre Cerda) y reafirmada la hegemonía estadounidense después de la guerra, los años cincuenta y sesenta fueron los del declive del desarrollismo o, lo que es lo mismo, el declive de la política de industrialización nacional y consecuente sustitución de importaciones, incapaz esta de sobrevivir a los embates del capitalismo internacional (en Chile, en 1960, la Braden Copper Company, subsidiaria de la Kennecott Copper Corporation, la Chile Exploration Company y la Andes Copper Company, subsidiarias estas otras dos de la Anaconda Copper Company, eran las propietarias legales de la “gran minería” del cobre y el cobre representaba ni más ni menos que el 65 por ciento del total de las exportaciones nacionales). 

Si recuerdo todo esto es a propósito de una suerte de consenso que ha empezado a circular recientemente, a nivel mundial y en nuestro país en lo específico, entre algunas autoridades desusadamente lúcidas y por lo menos un sector de la ciudadanía ilustrada, en el sentido de que la pandemia de COVID-19 y de atrás sus malas e inevitables consecuencias económicas, no van a permitir, o en cualquier caso que no deberían permitir, un retorno a nuestro estilo de existencia previo a la pandemia. Y lo que empieza a ganar terreno en el interior de esa convergencia de opiniones es una solución que nos recuerda el new deal de Roosvelt. Por ejemplo, en su cuenta de twitter, en una anotación del 23 de mayo recién pasado, la ex presidenta de Chile y actual Alta Comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, escribió que "cuando superemos esta pandemia, debemos reconstruir mejor. Sociedades más equitativas e inclusivas, con mejores condiciones de vida y de trabajo para todos". Yo no soy un bacheletista, nunca lo he sido, pero en esos términos generales en los que ella plantea la cuestión, no puedo menos que estar de su lado. No podemos volver a la inequidad y a la discriminación previas, no podemos volver al desempleo, el subempleo y el trabajo informal masificado, y tampoco podemos seguir aceptando que un 25.4 por ciento de la población chilena "ocupada" (2.047.114 personas) gane 250.000 pesos o menos al mes, mientras en la otra punta del espectro el 6.1 por ciento (492.411 personas) goza de condiciones de vida que son equivalentes a las del primer mundo2 ... lo que hay que hacer es definitivamente otra cosa.

Y aquí es donde el camino se nos bifurca, porque no obstante la convergencia de opiniones a la que acabo de referirme, existe otra, que es su opuesta y cuyo poder es enorme. Y es que también hay un sector empresarial, político, ideológico, etc., cuya máxima aspiración es volver al statu quo ante y que desde ya está haciendo todo cuanto puede para que eso suceda. En otro lugar, yo conecté las estrategias de ataque al coronavirus que hoy mismo están aplicando aquellos gobiernos que no tienen ni tampoco quieren tener una concepción del problema que ponga la salud de las personas por sobre la salud de la economía, y que en sus actuaciones se inclinan por el orden inverso. Es decir que conecté en ese texto los esfuerzos por asegurar una restauración de la "normalidad" capitalista al más breve plazo y a cualquiera sea el costo o, para ser más preciso, los esfuerzos para la reconstrucción de la economía capitalista según su forma contemporánea --la globalizada, con su respectiva división internacional del trabajo, de acuerdo con los intereses de las transnacionales y supervisada por organismos como el Banco Mundial, el FMI y otros--, con lo que  esos mismos gobiernos desean que sea nuestro porvenir sobre la tierra. Entienden ellos que esa es la realidad del siglo XXI, que los términos de esa realidad no son renunciables y que por lo tanto la pandemia no constituye más que un tropiezo molesto dentro de una continuidad necesaria. El trato que se le dé a la lucha contra el COVID-19 ha de ser con vistas a ese futuro y punto.

El grado de compromiso con dicha perspectiva varía, por supuesto. Una cosa son los dos ejemplos extremos, los de Estados Unidos y Brasil, y otra cosa es la respuesta tardía, insuficiente y en definitiva mediocre de Chile. En todos los casos, sin embargo, ya sea cuando no se actúa por incuria culpable o cuando ello no se hace por una tardanza y/o por una incompetencia que a primera vista nos pueden parecer inexplicables, de lo que se trata es de proteger al modelo económico y, sobre todo, su retorno en gloria y majestad. Y los resultados están a la vista: Estados Unidos acumula hoy un tercio de los contagiados y los muertos en el mundo (24 de mayo de 2020: 1.643.238 en un total mundial de 5.407.701 contagiados y 97.720 muertos en un total mundial de 345.060. Y se espera que el número de muertos estadounidenses supere los 100.000 a partir del 1º de junio y los 150.000 a partir del 1º de agosto), o como las cifras de Brasil, que lidera ese ranking monstruoso en América Latina (según los datos oficiales y para nada confiables: 363.211 contagiados y 22.666 fallecidos).  

Del otro lado y por más que los medios lo oculten o lo minimicen, es evidente que en aquellos países donde no impera una economía de mercado desbocada, una gobernanza política tramposa y una cultura de la sobrevivencia del más fuerte les ha ido mejor con la pandemia que a aquellos donde eso no ocurre. 

¿Dónde, me pregunto, estaremos nosotros? 

Notas

1 Estoy citando de Historia del siglo XX. 1914-1991. La primera edición en inglés es de 1994.

2 Cifras de la Fundación Sol. Los Verdaderos Sueldos de Chile Panorama Actual del Valor de la Fuerza del Trabajo Usando la ESI 2018. Publicadas en agosto de 2019.





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