El homenaje estuvo encabezado por Soledad Chávez Fajardo, directora del Departamento de Lingüística, quien ofreció las palabras iniciales del encuentro: “Su presencia fue un verdadero regalo de luz, amor, compañía y alegría. La tendremos siempre en nuestros corazones, en nuestros recuerdos. Pensamos como Departamento que la partida tan inesperada de Cristina nos muestra lo importante de manifestar cuánto nos queremos y admiramos. En eso también Cristina nos dio un regalo de amor”.
El homenaje contó con las palabras del profesor Moisés Llopis i Alarcón, amigo, colega y coordinador de Idiomas área de la cual Cristina Segura formó parte.
“Hoy nos toca despedir a alguien que, si me permiten el atrevimiento, era de esas personas que te hacen dudar de si el universo es un caos o una obra maestra con un guión mal escrito. Porque ella, vamos, era un personaje de esos que no pasan desapercibidos. Entraba al Departamento de Lingüística con esa mezcla de cotidianidad y caos organizado, como si llevara el peso de la gramática alemana en un bolso lleno de papeles desordenados y, aun así, supiera exactamente dónde estaba cada cosa. Te miraba por encima de las gafas mientras descifraba un subjuntivo imposible y te decía, con esa calma de quien ha visto el mundo arder y lo ha apagado con un café: "Tranquilo, el alemán no muerde, solo gruñe un poco". Y ahora no está. Y el gruñido del alemán, sus casos, sus declinaciones, se queda mudo, como nosotros, buscando palabras que no alcanzan.
Fue a principios de marzo, justo cuando el año académico nos caía encima como una avalancha de buenas intenciones y horarios imposibles. Se fue silenciosa, discreta, como si no quisiera interrumpir el arranque del curso, como si dijera: "No pasa nada, sigan con sus clases, yo me retiro un rato". Pero, por favor, ¿cómo no detenernos? Si ella era de esas que convertían una sala de reuniones en un escenario, hablando de Schiller con la misma pasión que de una serie de Netflix o de por qué el Sauerkraut nunca será lo nuestro. Era un torbellino de vida, una profesora que te hacía creer que aprender alemán no era un castigo, sino una aventura. Y ahora, sin ella, el departamento parece una novela a medio escribir, con personajes que buscan su voz.
Hay una palabra en alemán que no me saco de la cabeza desde que supe de su partida: Vergänglichkeit. Sí, ya sé, suena a trabalenguas, pero para eso ella nos enseñó a pronunciar esas consonantes que raspan la garganta. Significa "transitoriedad", esa idea tan alemana de que todo es pasajero, de que la vida es un tren que pasa puntual pero no te avisa cuándo va a frenar. Los alemanes, con esa precisión que a veces nos saca de quicio, tienen un término para recordarnos que nada dura eternamente, que todo se desvanece como el humo de un Bratwurst en una feria de invierno. Y ella, que dominaba esa lengua como quien doma un caballo salvaje, nos deja con esa lección bordada en el alma: la Vergänglichkeit no pide permiso, pero nos obliga a mirar lo que queda. Y lo que queda de ella no cabe en palabras: sus clases llenas de anécdotas, su risa que retumbaba en los pasillos, esa forma de corregir un texto como si estuviera puliendo una joya, con paciencia infinita y un toque de ironía.
Me la imagino ahora, donde quiera que esté, organizando un curso intensivo. Porque si algo sé de ella, es que no se iba a quedar quieta. Seguro ya está explicándoles la diferencia entre sein y haben, con una bandeja de Kaffee und Kuchen al lado, porque no hay clase sin pausa para el café, eso lo tenía clarísimo. Y mientras tanto, nosotros aquí abajo nos quedamos con su eco, conjugándola en presente, porque hay personas que no se van del todo, aunque el calendario se empeñe en marcarnos el paso del tiempo.
Y ahora, ¿qué hacemos con este silencio que dejó? Quizás sea hora de escuchar el eco de sus palabras, de esas frases en alemán que nos obligaba a repetir hasta que sonaran perfectas, aunque, claro, en mi caso, lo de "perfectas" es un decir: yo sigo tropezándome con las erres y convirtiendo Vergänglichkeit en algo que suena más a tos que a filosofía germana, mientras ella, desde donde esté, seguro me corrige con esa media sonrisa, diciendo: "No pasa nada, sigue intentándolo, que el alemán también se aprende a fuerza de cariño". Así que hoy no solo decimos adiós, sino gracias: gracias por las lecciones, por las charlas, por hacernos creer que el alemán podía ser nuestro amigo y no un coordinador gruñón. Ruhe in Frieden, querida colega. Descansa en paz. Pero que sepas que aquí, entre nuestras voces torpes —sobre todo la mía, que nunca le hizo justicia a tus clases— y nuestras ganas de seguir, tu Vergänglichkeit se convierte en algo eterno, un susurro que no calla, un idioma que no termina de aprenderse, y si allá arriba te dan una pizarra, por favor, no te olvides de nosotros: sigue escribiendo, sigue enseñando, que nosotros seguiremos aprendiendo de ti".