Ya conocido el resultado del plebiscito de salida, en que mayoritariamente se expresó la alternativa de rechazo a la propuesta de nuevo texto constitucional para Chile, las ciudadanas y ciudadanos deberemos enfrentar un escenario de incertidumbres.
No existen hasta ahora orientaciones políticas claras que permitan saber cuál será el futuro diseño institucional que cabría esperar para los años venideros en nuestro país. Algunas personas confían en que, pese a todo, los poderes del Estado cumplirán con su tarea y propondrán ahora una nueva hoja de ruta para ordenar mejor aún la democracia que como lo quiso hacer la Convención Constitucional. Otras creen que, al haber prevalecido la opción del rechazo, Chile se ha perdido una oportunidad inestimable de avanzar hacia el futuro y ajustarse a las transformaciones que el momento histórico le exige de manera irrenunciable a las sociedades del presente, para llegar a ser cada vez más justas y eficientes.
Es cierto que hemos vivido tiempos devastadores. La convulsión política de los últimos años en nuestro país, la catástrofe planetaria que trajo consigo la pandemia y más recientemente el inesperado escenario de crisis económica que ha afectado al mundo tras el conflicto bélico en Ucrania, han impactado fuertemente sobre el ánimo de la ciudadanía. Y si a ello le sumamos el clima de desconfianza que entre las personas produce cierta manipulación interesada de la información pública o la degradación de la actividad política, devenida puro espectáculo televisivo, se abre un panorama desolador ante nuestros ojos.
Una ciudadanía intervenida, cooptada por los intereses privados y desprovista de expectativas reales de solución para sus problemas fácilmente puede ser llevada a desafectarse de sus responsabilidades cívicas. El enfático rechazo de que fuera objeto la propuesta de nueva constitución parece haber venido a corroborar el decisivo papel que juegan el miedo y la incertidumbre en la conciencia del público elector cuando este cree ver amenazada su aparente estabilidad.
Un país esencialmente conservador como Chile mira ya con distancia la oportunidad que tuvo de revolucionar su estructura institucional y ponerse a la vanguardia de los cambios en el mundo. La opción escogida fue otra. Ya lo sabemos. Pero, entre la aciaga experiencia de la decepción que embargara a quienes adhirieron a la opción del Apruebo y la eufórica algarabía con que los partidarios del Rechazo enarbolaron el emblema patrio se ha tendido a partir de hoy una enorme fractura. El derecho a la vivienda, a la educación, el aire limpio, al agua, a la salud, a las pensiones dignas y otras garantías deberán seguir esperando para ocupar un lugar en la agenda legislativa del país y en las esperanzas de miles de chilenas y chilenos. No sabemos cuándo volverán a dar lugar a un sueño parecido a aquel del que acabamos de despertar tan abruptamente en el día de ayer. Tal vez sea cierto que hay que trabajar con más empeño, más diálogo, más respeto y cariño, para alcanzar un nuevo acuerdo que nos pueda interpretar de manera común.
Y aunque siempre es recomendable albergar una dosis de optimismo ante el acontecer, no habría por qué no admitir que nada es tan malo que no pueda ser todavía peor. Todo está por verse.